Otra cantina
Todas las buenas historias comienzan en una taberna. Esta era otra cantina de espaciopuerto, oscura y ruidosa como todas. Me dirigí a la barra, dejando que se fijaran en mi. Una Aeromante nunca pasa desapercibida.
—Vino de Khos —pedí al androide de la barra.
Puso frente a mi la copa y examiné con discreción a la clientela.
Un par de humanos atractivos, muy conocidos. Un grupo de reptilianos, demasiado extraños. Tres especies que ni siquiera eran humanoides, descartadas. Algunas sílfides rondando a los solitarios, son más sosas de lo que parecen. Un bloomir: hombros anchos cubiertos de pelaje dorado, curiosa mezcla de rasgos leoninos y humanos, colmillos. Compartía su mesa con una sílfide. Me daba igual. No hay rival para una Aeromante: todo el mundo sabe que nuestra sensibilidad ampliada no sólo sirve para guiar correctamente las naves.
Vacié mi copa con los ojos fijos en mi objetivo y oí su voz:
—Debes elegirme a mi.
Me volví buscando a su propietaria y quedé boquiabierta.
Ante mi tenía una fémina cuyo cuerpo brillaba en un color blanco deslumbrante, recorrido por destellos de chispas. Nunca había visto una criatura parecida.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Nadie puede hacerte experimentar lo que puedes vivir conmigo.
—¿Quién eres? —«¿Qué eres?» pensé.
—Me llamo Damaris. Procedo de Vlimun, un planeta de Andrómeda. Mantenemos poco contacto con la Federación, solo una base de investigación. Vivimos en armonía, fuertemente vinculados por lazos telépatas. Yo sentía curiosidad. Deseaba conocer el resto del Universo, nuevas especies, por lo que embarqué como polizón en una nave. —La tristeza nubló su mirada—. Quiero regresar. No sabía lo que era la soledad o el miedo. Tu sensibilidad es la más alta que he detectado en los casi dos años que llevo vagando por distintos planetas.
—¿Puedo tocarte? —pregunté, curiosa.
—No, te electrocutaría —explicó—. Pero no hace falta.
Sentí una oleada de placer recorriendo todo mi cuerpo, mi columna se arqueó, reprimí un grito.
—Vamos —le dije poniéndome en pie.
Caminamos en silencio hasta llegar a mi habitación: la cama era amplia y cómoda.
Me descalcé y me tumbé. Damaris se colocó a mi lado, con cuidado de no tocarme.
Sentí la emoción de mi primer beso, multiplicado por mil: el corazón acelerado, las piernas temblando. Alegría, ilusión, sorpresa, calma, placer, todo mezclado y separado, más intenso de lo que jamás lo había sentido. Reí, lloré, grité. En algún momento perdí la conciencia.
Al despertar, Damaris seguía en la habitación, eso la convertía en la relación más estable que había tenido en años.
—Traje comida —dijo tendiéndome una bandeja.
—Damaris —ella me miró—, dijiste que querías regresar a tu planeta. ¿Por qué no lo has hecho hasta ahora?
—Solo las naves de investigación hacen esa ruta, y no es fácil embarcar en ellas. —Encogió sus hombros—. Tampoco tengo ninguna embajada a la que acudir.
—Quédate conmigo y te llevaré allí —prometí.
Por ella acabé secuestrando la nave.