No había amanecido todavía cuando empecé a recoger mi ropa y a vestirme en la oscuridad. Hacía cinco minutos que había abierto los ojos y la estampa que vi me resultó tan poco familiar que hizo que me espabilara de repente. A mi lado, el sonido de una respiración hizo que me volviera.
Allí estaba, la chica de la cafetería estaba a mi lado, tumbada boca abajo, profundamente dormida, vi que estaba desnuda, como yo, entonces fue cuando tomé conciencia de la situación y de lo mucho que iba a cambiar mi vida a partir de ese día.
Todo comenzó seis meses atrás, cuando cambié de trabajo y empecé a trabajar como contable en una pequeña empresa que se situaba en el pueblo de al lado y empecé a ir a tomar café a una cafetería que había detrás de mi trabajo.
En mi primer día de trabajo, iba tan nerviosa que me presenté allí una hora antes de que empezara mi turno ya que en mi mente había dibujado mil escenas en las que, por un motivo u otro, legaba tarde el primer día.
Como era tan temprano decidí buscar un lugar donde tomarme una tila o una valeriana, cuando encontré una cafetería muy coqueta, no era muy grande, pero estaba decorada de colores pasteles y tenían una vitrina de tartas que te quitaban el aliento. En ese momento no era capaz de dar un bocado, pero estaba deseando tomarme esa valeriana.
Entonces fue cuando la vi. Era la chica que atendía la barra, con una sonrisa me saludó y cogió mi comanda. Como era temprano no había mucha gente en la cafetería, entonces se acercó a hablar conmigo:
– Hola soy Marta. – me dijo.
– Encantada de conocerte Marta, soy Nerea.
Con una sonrisa me preguntó si estaba bien porque me veía bastante nerviosa, entonces le conté que tenía trabajo nuevo y que era mi primer día. Ella me deseó suerte y estuvimos hablando varios minutos hasta que sonó un mensaje en mi móvil.
“Suerte en tu primer día” era un mensaje de Marcos, mi novio, bueno, novio no, prometido. Llevábamos prometidos un mes ya y todavía no me acostumbraba a llamarlo así.
Le contesté un apresurado “gracias” y seguí conversando con Marta. Me había parecido una chica guapísima y muy simpática, era alegre, y atendía a todo el mundo con mucha amabilidad. Ojalá yo tuviera esa facilidad par socializar con personas extrañas. Cuando llegó la hora le pagué y me fui a afrontar mi primer día.
Todo salió bien y el día pasó volando, como también pasó volando la primera semana y el primer mes. Si algo tenían en común mis días era que antes de entrar a trabajar, me tomaba un café en la cafetería donde trabajaba Marta.
Todos los días me recibía con la misma sonrisa y ya ni me preguntaba lo que quería tomar, directamente me servía un café con leche al que en algún momento empezó a hacerle un corazón con la espuma. Hablábamos de todo, del trabajo, de la familia, de lo que hacíamos en nuestro tiempo libre… resulta que Marta era aficionada a la lectura, igual que yo y nos recomendamos varios libros que después de leerlos comentábamos.
El único tema del que no hablábamos era de nuestras parejas. Yo sabía que ella llevaba poco tiempo soltera, me lo dijo una mañana y yo le dije que estaba prometida. Pero siempre intentaba no mencionar a Marcos cuando estaba con ella, no sé por qué.
Nuestra amistad dio un paso más el día que le dije que quería encargarle una tarta para llevármela después del trabajo para celebrar el cumpleaños de mi madre, pero no estaba segura de cuál porque todas estaban buenísimas (las había ido probando todas en mis desayunos antes del trabajo).
– Toma mi teléfono y cuando lo tengas claro escríbeme. Te la aparto al segundo.
Ahora tenía su teléfono. Pasaba las tardes repasando nuestras conversaciones y acordándome de ella en general. No sabía lo que pasaba con Marta pero me había calado hondo, nuestra amistad floreció rápido y de una forma muy natural.
Poco a poco ya no solo hablaba con ella por las mañanas, nos enviábamos mensajes y memes todo el tiempo. Un día, mientras Marcos veía la tele, yo estaba escribiéndome con ella mientras comentábamos una serie de libros de romance que nos gustaban mucho.
– ¿Con quién hablas? – me dijo Marcos.
– Con Marta. Estamos hablando sobre el último libro que me he leído. – Le explico sin entrar en demasiado detalle.
– Vaya, sí que has hecho buenas migas con ella, debería de ir a conocerla. – Me dijo de forma distraída.
– Claro, cuando quieras. – No quise insistir más porque por algún motivo no me gustaba la idea de Marcos y Marta en el mismo ambiente.
En esa situación seguíamos día tras día, cada día me apetecía estar más tiempo con Marta así que empecé a ir a tomarme un café también cuando salía de la oficina que ella terminaba su turno y nos lo tomábamos tranquilamente en la terraza de la cafetería. En un principio tardábamos media hora, luego una hora y finalmente empecé a llegar tarde casi todos los días porque me quedaba con ella.
Esto hizo que Marcos se enfadara, me decía que me veía muy poco y que le dedicaba todo mi tiempo a mi nueva amiga. Es que no podía evitarlo, Marta, su sonrisa, sus gestos cuando me explicaba algo, cómo le brillaban los ojos cuando hablábamos de algo que le apasionaba y como se despedía de mí siempre con un beso en la mejilla.
Mientras mi amistad con ella crecía mi relación con Marcos amedrentaba, cada día discutíamos más, él me echaba en cara que no le prestaba atención y es que ya ni me apetecía acostarme con él. Las peleas fueron creciendo, así como los reproches hasta que un viernes por la tarde tuvimos la definitiva. Nos gritamos, nos echamos en cara viejas heridas y finalmente me fui de casa llorando y dando un portazo.
No sabía dónde ir, estaba tan nerviosa que solo llevaba encima el móvil. Mi madre estaba de viaje y no había nadie en su casa, pero para ser sincera en la primera persona en la que pensé fue en Marta. La llamé y le conté lo que me pasó así que me dijo que ella me recogía y que esa noche me quedaba en su casa.
Cuando llegamos a su casa, me sorprendió que era como ella, alegre, relajada, colorida, olía a Jazmín y parecía muy acogedora.
Marta me preparó una bebida caliente y me escuchó, me abrazó y me sostuvo mientras yo lloraba.
– Marta, no sé qué hacer, últimamente Marcos y yo solo nos peleamos, ya no estoy segura de lo que siento por él. – le dije mientras temblaba.
– Nerea, tienes que pensarlo bien, lleváis mucho tiempo juntos y una relación de ese tipo no se termina por las buenas. – me dijo ella con paciencia. Pero había en su mirada algo, algo que me decía que no había dicho todo lo que quería.
– ¿Y si te dijera que estoy empezando a sentir algo por otra persona? – Tanteé, la miré a los ojos y la respuesta de ella fue inmediata.
Me besó. Me besó y miles de mariposas echaron a volar en mi estómago. Me besó y de pronto la sangre me quemaba en las venas. Cerré los ojos, correspondí al beso y me dejé llevar.
En algún momento de nuestra noche de entrega me quedé dormida y me desperté cuando todavía no había amanecido.
Empecé a vestirme y entonces ella se despertó:
– ¿Te vas? – me dijo con la voz ronca y sin volverse a mirarme.
– No, solo que no me gusta dormir desnuda. – Le mentí porque por un momento sí se me había pasado por la cabeza huir.
– Nerea, esto ha significado algo ¿verdad? Llevo meses esperando que esto pasara. Estoy loca por ti. – Me dice agarrándome del brazo y obligándome a mirarla a los ojos.
Entonces lo vi claro, vi un hogar cálido, colorido y lleno de sonrisas junto a ella, vi salidas y entradas, noches de ver series juntas y de peleas por leernos primero el último libro de nuestra autora favorita.
– Yo también estoy loca por ti. Te quiero. – y así, sellamos nuestra promesa con un beso, un beso largo y tierno, un beso cargado de promesas de futuro.
Ha pasado un año desde ese momento, desde que Marta y yo nos sinceramos. Ese fin de semana recogí mis cosas de Marcos, de la que también había sido mi casa y me mudé a un estudio pequeño y cerca del trabajo Marcos no se lo tomó muy bien, pero con el tiempo lo ha superado y me consta que a día de hoy tiene otra pareja con la que le va muy bien. Así Marta y yo comenzamos una relación y ahora estamos en una inmobiliaria esperando para firmar el contrato de lo que va a ser nuestro nuevo hogar. Veo el futuro brillante, como ella.
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No había amanecido todavía cuando empecé a recoger mi ropa y a vestirme en la oscuridad. Hacía cinco minutos que había abierto los ojos y la estampa que vi me resultó tan poco familiar que hizo que me espabilara de repente. A mi lado, el sonido de una respiración hizo que me volviera.
Allí estaba, la chica de la cafetería estaba a mi lado, tumbada boca abajo, profundamente dormida, vi que estaba desnuda, como yo, entonces fue cuando tomé conciencia de la situación y de lo mucho que iba a cambiar mi vida a partir de ese día.
Todo comenzó seis meses atrás, cuando cambié de trabajo y empecé a trabajar como contable en una pequeña empresa que se situaba en el pueblo de al lado y empecé a ir a tomar café a una cafetería que había detrás de mi trabajo.
En mi primer día de trabajo, iba tan nerviosa que me presenté allí una hora antes de que empezara mi turno ya que en mi mente había dibujado mil escenas en las que, por un motivo u otro, legaba tarde el primer día.
Como era tan temprano decidí buscar un lugar donde tomarme una tila o una valeriana, cuando encontré una cafetería muy coqueta, no era muy grande, pero estaba decorada de colores pasteles y tenían una vitrina de tartas que te quitaban el aliento. En ese momento no era capaz de dar un bocado, pero estaba deseando tomarme esa valeriana.
Entonces fue cuando la vi. Era la chica que atendía la barra, con una sonrisa me saludó y cogió mi comanda. Como era temprano no había mucha gente en la cafetería, entonces se acercó a hablar conmigo:
– Hola soy Marta. – me dijo.
– Encantada de conocerte Marta, soy Nerea.
Con una sonrisa me preguntó si estaba bien porque me veía bastante nerviosa, entonces le conté que tenía trabajo nuevo y que era mi primer día. Ella me deseó suerte y estuvimos hablando varios minutos hasta que sonó un mensaje en mi móvil.
“Suerte en tu primer día” era un mensaje de Marcos, mi novio, bueno, novio no, prometido. Llevábamos prometidos un mes ya y todavía no me acostumbraba a llamarlo así.
Le contesté un apresurado “gracias” y seguí conversando con Marta. Me había parecido una chica guapísima y muy simpática, era alegre, y atendía a todo el mundo con mucha amabilidad. Ojalá yo tuviera esa facilidad par socializar con personas extrañas. Cuando llegó la hora le pagué y me fui a afrontar mi primer día.
Todo salió bien y el día pasó volando, como también pasó volando la primera semana y el primer mes. Si algo tenían en común mis días era que antes de entrar a trabajar, me tomaba un café en la cafetería donde trabajaba Marta.
Todos los días me recibía con la misma sonrisa y ya ni me preguntaba lo que quería tomar, directamente me servía un café con leche al que en algún momento empezó a hacerle un corazón con la espuma. Hablábamos de todo, del trabajo, de la familia, de lo que hacíamos en nuestro tiempo libre… resulta que Marta era aficionada a la lectura, igual que yo y nos recomendamos varios libros que después de leerlos comentábamos.
El único tema del que no hablábamos era de nuestras parejas. Yo sabía que ella llevaba poco tiempo soltera, me lo dijo una mañana y yo le dije que estaba prometida. Pero siempre intentaba no mencionar a Marcos cuando estaba con ella, no sé por qué.
Nuestra amistad dio un paso más el día que le dije que quería encargarle una tarta para llevármela después del trabajo para celebrar el cumpleaños de mi madre, pero no estaba segura de cuál porque todas estaban buenísimas (las había ido probando todas en mis desayunos antes del trabajo).
– Toma mi teléfono y cuando lo tengas claro escríbeme. Te la aparto al segundo.
Ahora tenía su teléfono. Pasaba las tardes repasando nuestras conversaciones y acordándome de ella en general. No sabía lo que pasaba con Marta pero me había calado hondo, nuestra amistad floreció rápido y de una forma muy natural.
Poco a poco ya no solo hablaba con ella por las mañanas, nos enviábamos mensajes y memes todo el tiempo. Un día, mientras Marcos veía la tele, yo estaba escribiéndome con ella mientras comentábamos una serie de libros de romance que nos gustaban mucho.
– ¿Con quién hablas? – me dijo Marcos.
– Con Marta. Estamos hablando sobre el último libro que me he leído. – Le explico sin entrar en demasiado detalle.
– Vaya, sí que has hecho buenas migas con ella, debería de ir a conocerla. – Me dijo de forma distraída.
– Claro, cuando quieras. – No quise insistir más porque por algún motivo no me gustaba la idea de Marcos y Marta en el mismo ambiente.
En esa situación seguíamos día tras día, cada día me apetecía estar más tiempo con Marta así que empecé a ir a tomarme un café también cuando salía de la oficina que ella terminaba su turno y nos lo tomábamos tranquilamente en la terraza de la cafetería. En un principio tardábamos media hora, luego una hora y finalmente empecé a llegar tarde casi todos los días porque me quedaba con ella.
Esto hizo que Marcos se enfadara, me decía que me veía muy poco y que le dedicaba todo mi tiempo a mi nueva amiga. Es que no podía evitarlo, Marta, su sonrisa, sus gestos cuando me explicaba algo, cómo le brillaban los ojos cuando hablábamos de algo que le apasionaba y como se despedía de mí siempre con un beso en la mejilla.
Mientras mi amistad con ella crecía mi relación con Marcos amedrentaba, cada día discutíamos más, él me echaba en cara que no le prestaba atención y es que ya ni me apetecía acostarme con él. Las peleas fueron creciendo, así como los reproches hasta que un viernes por la tarde tuvimos la definitiva. Nos gritamos, nos echamos en cara viejas heridas y finalmente me fui de casa llorando y dando un portazo.
No sabía dónde ir, estaba tan nerviosa que solo llevaba encima el móvil. Mi madre estaba de viaje y no había nadie en su casa, pero para ser sincera en la primera persona en la que pensé fue en Marta. La llamé y le conté lo que me pasó así que me dijo que ella me recogía y que esa noche me quedaba en su casa.
Cuando llegamos a su casa, me sorprendió que era como ella, alegre, relajada, colorida, olía a Jazmín y parecía muy acogedora.
Marta me preparó una bebida caliente y me escuchó, me abrazó y me sostuvo mientras yo lloraba.
– Marta, no sé qué hacer, últimamente Marcos y yo solo nos peleamos, ya no estoy segura de lo que siento por él. – le dije mientras temblaba.
– Nerea, tienes que pensarlo bien, lleváis mucho tiempo juntos y una relación de ese tipo no se termina por las buenas. – me dijo ella con paciencia. Pero había en su mirada algo, algo que me decía que no había dicho todo lo que quería.
– ¿Y si te dijera que estoy empezando a sentir algo por otra persona? – Tanteé, la miré a los ojos y la respuesta de ella fue inmediata.
Me besó. Me besó y miles de mariposas echaron a volar en mi estómago. Me besó y de pronto la sangre me quemaba en las venas. Cerré los ojos, correspondí al beso y me dejé llevar.
En algún momento de nuestra noche de entrega me quedé dormida y me desperté cuando todavía no había amanecido.
Empecé a vestirme y entonces ella se despertó:
– ¿Te vas? – me dijo con la voz ronca y sin volverse a mirarme.
– No, solo que no me gusta dormir desnuda. – Le mentí porque por un momento sí se me había pasado por la cabeza huir.
– Nerea, esto ha significado algo ¿verdad? Llevo meses esperando que esto pasara. Estoy loca por ti. – Me dice agarrándome del brazo y obligándome a mirarla a los ojos.
Entonces lo vi claro, vi un hogar cálido, colorido y lleno de sonrisas junto a ella, vi salidas y entradas, noches de ver series juntas y de peleas por leernos primero el último libro de nuestra autora favorita.
– Yo también estoy loca por ti. Te quiero. – y así, sellamos nuestra promesa con un beso, un beso largo y tierno, un beso cargado de promesas de futuro.
Ha pasado un año desde ese momento, desde que Marta y yo nos sinceramos. Ese fin de semana recogí mis cosas de Marcos, de la que también había sido mi casa y me mudé a un estudio pequeño y cerca del trabajo Marcos no se lo tomó muy bien, pero con el tiempo lo ha superado y me consta que a día de hoy tiene otra pareja con la que le va muy bien. Así Marta y yo comenzamos una relación y ahora estamos en una inmobiliaria esperando para firmar el contrato de lo que va a ser nuestro nuevo hogar. Veo el futuro brillante, como ella.