Responsabilidad
Eliodoro tenía una edad avanzada, un paraguas y un marcado sentido de la responsabilidad.
Cada día salía a pasear y siempre, siempre llevaba consigo su paraguas. Jamás lo dejaba en un paragüero, podría olvidarlo o, peor aún, ¡podrían birlárselo! Solo de pensarlo, le palpitaba el medicamento para la tensión.
Cada mañana decidía si iba a abrirlo o no, o si iba a hacerlo a ratos. A veces, incluso, lo abría solo a medias, con una sonrisita maliciosa que nadie entendía. De vez en cuando, justo antes de sentirse culpable, lo agitaba de forma violenta. Y en algunas épocas solía meterlo en la nevera o situarlo cerca de un pequeño calefactor.
Casi siempre soñaba con paraguas y en los últimos meses sus sueños tenían goteras de preocupación por el estado del suyo, con muchos años y muchos remiendos.
La memoria de Eliodoro empezaba a hacer aguas y eso le preocupaba en extremo, tenía una obligación enorme, una tarea tan grande como el cielo.
Un día ocurrió algo terrible. Cuando llegó a casa echó en falta el paraguas. ¿Cómo podía ser tal cosa? Si nunca lo soltaba. ¿Qué ocurriría ahora si él no lo abría de vez en cuando? La sequía se los llevaría a todos por delante. Todo acabaría siendo un erial reseco. Empezó a dolerle la cabeza. Tenía que solucionarlo, era su deber. Se lanzó con nonagenario ímpetu a la calle, hacia una tienda cercana donde vendían paraguas. Pero cuando llegó estaba cerrada. ¡Era domingo! Tuvo que sentarse un rato para no caer. Volvió a casa murmurando para sí una preocupación culpable.
Esa noche no pegó ojo y ya muy temprano esperaba a que abrieran la tienda. Al salir respiró aliviado, era un buen paraguas. Pero el mal estaba hecho, le iba a llevar un par de meses domesticarlo, un par de meses de tiempo loco e imprevisible. El peso de la responsabilidad era enorme, pero al menos las cosas volverían a su sitio, como las otras veces.
Eliodoro volvió a dormir bien por las noches, abrazado a su paraguas nuevo.
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Alejandro Santana