Fantasía
Desconectada del mundo y sumida en el suyo. Laura caminaba cabizbaja y con la mirada perdida. No había nada que le interesase más allá de sus libros y sus historias, esos lugares que amaba recorrer y todas esas emociones que explotaban en su interior. Pero el mundo real no tenía nada, su paseo era vacío y sin gracia, predecible y monótono. Miró las ramas de un árbol mecidas por el viento y su mente viajó lejos. Este se transformó en uno cuya madera se cubría de colores y sus hojas eran doradas, el árbol de la felicidad. Se decía que con encontrarlo ya se sentía la más grande de las satisfacciones y que el té preparado con sus hojas liberaba de toda angustia. Pestañeó y regresó a la realidad, a un paisaje común y que ya había visto demasiadas veces. En sus mundos siempre había algún cambio, algún detalle al que no había prestado atención o una forma distinta de verlo; ese era inmutable, si había algún ligero cambio era insustancial, tal vez un contenedor nuevo o las luces de alguna celebración. Prefería ver las cosas desde otro prisma, trasladarse a lugares donde nadie la incordiara, donde no hubiera reglas que le oprimieran y dijeran como ser, que sentir y lo que podía o no hacer.
Pasó por delante de un parque, el mismo que veía todos los días en ese paseo que su psicólogo le animaba a dar para apreciar lo que le rodeaba. No funcionaba. Escuchó gritos y carcajadas demasiado intensas. Se dignó en mirar hacia su origen. Tres chicos grandes como robles acosaban a uno bajito y esmirriado. Quizá debía interceder, sería lo correcto, pero en ese mundo no era una heroina fuerte y valiente. Si interferiera era muy probable que ambos acabasen mal parados. El chico pequeño lloraba y Laura se removió inquieta, incómoda. La lógica le decía que no podía hacer nada, que estaba en un mundo que la limitaba. Odiaba la lógica, la realidad. Pero tal vez si usaba su preciada imaginación, si se convertía en la chica fuerte y valerosa que había vivido mil aventuras y a ellos en ogros feos y grotescos… Y así lo hizo. Los chicos grandes se volvieron de tonalidades verdes y de piel rugosa, de sus bocas escapaban regueros de babas y sus ojos eran pequeños, pero de mirada lacerante. A los pies de Laura una rama tomaba la forma de una espada, la recogió.
—¡Eh, monstruos!–gritó atrayendo la atención de los asaltantes.
Corrió tanto como sus piernas débiles y delgadas le permitieron y se puso frente al más pequeño, entre él y sus acosadores. Se imaginaba a si misma como una heroina musculosa y aguerrida, pero la realidad era otra y su cuerpo temblaba hasta hacerle doler las extremidades. Blandía el arma frente a los ogros, trataba de mostrarse imponente. Los chicos, en cuanto se recuperaron de la impresión inicial volvieron a las carcajadas. La llamaron loca, nada a lo que no estuviera acostumbrada, y se burlaron de sus fantasías. Ella alzó más la improvisada espada y les lanzó la mirada más retadora que pudo. El pequeño le agarró de la ropa y trató de hacer que desistiera, los matones se divertían y envalentonaban cada vez más. Si Laura quería pelea la iba a tener. La realidad cayó sobre ella como un bloque de cemento. No pudo defenderse y el otro chico escapó sin tenerla en cuenta a ella. No había sido nada heroico. Estaba tirada en el suelo y lloraba. No solo no había podido enfrentarse a ellos sino que encima se sentía traicionada. Había querido ayudar y no había sido correspondida. Los chicos le escupieron y se alejaron entre risas y más burlas. Laura se incorporó con dificultad, magullada y herida como estaba, y miró la rama que había sido su arma, rota como la fantasía a la que había querido aferrarse. Sollozó y se limpió los mocos y lágrimas que cubrían su cara. El pañuelo se manchó también de sangre. No era la primera vez que le pegaban y humillaban, tampoco que le traicionaban, pero eso no hacía que doliera menos. No encajaba en ese mundo ni con esa gente. Odiaba la realidad con toda su alma, cada vez más. Se levantó con dificultad, sentía el cuerpo acribillado y tenso y le temblaban las piernas. Se apoyó en un árbol cercano y cerró los ojos. Volvía a estar en su fantasía, con una muchacha atendiendo sus heridas y alabando su acto de valentía. Había perdido y la víctima había sido una rata traicionerá, pero ella había hecho lo correcto. La otra chica le agarró la mano y entrelazó los dedos, se miraron a los ojos y Laura sintió el corazón golpear su pecho. En la realidad no podía enamorarse de nadie, no lograba sentirse lo suficientemente cómoda, pero en sus sueños, en su imaginación, lo había hecho montones de veces. Sintió alivio, aunque el dolor seguía bloqueando su cuerpo. Tardaría en volver a casa, pero de todos modos no le esperaba nadie. Tan sólo sus libros y una libreta en la que plasmar su última aventura. Tal vez no debiera haberse metido, pero ahora tenía una nueva historia en la que refugiarse, podría darle vueltas a una buena estrategia con la que vencer a los ogros y tal vez una venganza contra el traidor. Se permitió fantasear más con la chica, con la suavidad de su piel y sus hermosos ojos castaños, con esa mirada cálida que le hacía sentir querida. En la realidad estaba muy sola, en sus mundos siempre tenía a alguien que le hacía sentir especial.
Se separó del árbol, sacudió el polvo de su ropa, se resintió por el dolor y tomó el camino a casa. Ya le daba vueltas a como empezar la historia y a añadirle un poco más de heroicidad. Al fin y al cabo si caía tan rápido no había historia. Agún día la realidad no le resultaría tan agotadora, mientras se quedaba con sus mundos.