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14 diciembre 2022 a las 11:11 am #13998MarcosParticipante
Madre se había levantado más temprano de lo normal. A las 7 de la mañana ya tenía los dos cuartos de baño impecables. Era el indicativo claro de que era domingo, aunque solo estuviéramos a martes.
Sonaba el Parte matinal de fondo. El desayuno no estaba listo. Me apresuré a despertar a mis hermanas Noelia y Teresa para que lo prepararan y así ayudaran a Madre. Normalmente era ella la que cocinaba antes de irnos a clase junto a Noelia, a la que enseñaba para que el día de mañana fuera una buena esposa.
Cuando entramos en la cocina, Madre ya había dado cuenta a la mesa y las mecedoras y estaba encaramada en una silla tratando de quitar el polvo de la lámpara con una escoba. Últimamente su mirada estaba perdida, absorta.
Me senté junto a la pequeña mesa de la cocina.
¬—Qué raro que Padre no se haya despertado todavía –dije.
—Padre no ha llegado del trabajo, tonto –respondió Teresa, a quien le encantaba demostrar que sabía más cosas que los demás.
Con cara de pocos amigos apareció Ana por la puerta con la pequeña María en brazos. La colocó en la cuna al fondo de la cocina y se marchó de nuevo a la habitación.
—A Madre le va a dar algo si no nos ve a todos arreglados y desayunados en una hora –añadió resuelta Noelia.
Me levanté y salí de la cocina. Atravesé el angosto recibidor, y en el pasillo fui tocando las puertas de las habitaciones. La última fue la de mis hermanos pequeños.
—Hoy está prohibido tocar y manchar cualquier cosa, ¿entendido?
Un gruñido que parecía un sí al unísono fue la respuesta.
En la mesa del salón, Madre no paraba quieta. Le daba de comer a María, y sin soltarla, se ponía de pie y servía zumo a diestro y siniestro. De vez en cuando una mirada inquieta al reloj de pared.
—¿A qué hora es la foto? –preguntó Iván.
—¿Es verdad que vamos a salir en la tele? –añadió Víctor.
—No, tonto. Las fotos no salen por la tele. Estaremos en todos los periódicos de España –replicó Teresa.
—El fotógrafo vendrá a las 10 y más te vale que te termines la tortilla en menos de cinco minutos porque aún tenemos mucho por hacer –contestó Madre—. Y tu padre sin llegar. ¿Dónde se habrá metido? Todavía tenemos que rezar. –Su gestó cambió de la intranquilidad al enfado.
Era raro que Padre no estuviera ya en casa. Desde que lo ascendieron hacía meses, tenía mucho papeleo en el ayuntamiento y cada dos o tres días se queda para terminar la faena atrasada. Pero siempre llegaba para desayunar y rezar antes de acostarse.
Nos juntamos en el centro del salón los catorce hermanos y Madre. Hicimos un círculo y nos dimos las manos. Con expresión solemne y la espalda rígida, Madre dirigía el rezo.
Tras los salmos, dimos gracias por nuestros bienes, nuestra comida y rogamos por la salud de todos nuestros familiares y la del Caudillo.
—Y gracias por el Premio a la Natalidad que nos ha otorgado –incluyó Teresa antes del Amén.
Dieron las 11 y el fotógrafo apareció. Le mandó subir y cuando hubo cerrado la puerta del portal, le gritó al sereno si sabía algo de su marido. El sereno no sabía nada pero se comprometió a llamar al ayuntamiento.
El fotógrafo era un chico solo dos años mayor que mi hermano Juan, pero aparentaba veintimuchos. Le pedimos que por favor esperara a Padre, porque había tenido un problema en el trabajo. Al chico no pareció importarle.
—Menudo vago, el comunista este –me susurró Antonio.
Preparó el trípode y la cámara, ajustó la lente, hizo pruebas, movió algunas sillas. Y cuando ya lo tenía todo listo, Padre entró por la puerta.
—¿Dónde estabas? –preguntó Madre.
—En el trabajo. Este ascenso me va a costar la vida –respondió.
Madre estaba pálida y con una mirada gélida le indicó que pasara a la cocina. Me apoyé en el marco de la puerta que separaba el salón del recibidor y escuché la conversación aparentando que le echaba un ojo a la cámara fotográfica.
—Que no estabas ahí.
—Claro que estaba, si sabes perfectamente que desde mi ascenso no hago más que firmar, sellar y enviar documentos.
—No sigas con eso. Estoy harta de que nuestras pocas conversaciones giren en torno a este tema. Es más, está presente aunque no hablemos.
—He tenido que llevar un documento urgente a los juzgados a primera hora porque no había servicio de correos. Ya te expliqué que no iba a volver a ocurrir.
Madre y el sereno tenían una comunicación excelente. Por señas eran capaces de decirse dónde estaba algún miembro de la familia u ofrecerse mutuamente algún producto de la huerta.
Un sollozo. Madre volvía a llorar en silencio. Padre no decía nada.
—Me habías prometido que había terminado, que fue solo un error –dijo entrecortadamente—. Te confesaste varias veces con el párroco.
—Y así fue. Dios a veces nos pone pruebas para que demostremos nuestra fe. Yo he pecado, pero me he comprometido ante él para ser todavía más exigente con mis acciones. Si te sientes mejor, mañana mismo hablaré con mi jefe y le pediré que la cambien de puesto. O mejor, que la despidan.
Nos hicimos la foto. Los hermanos mayores detrás, los medianos en medio y los más pequeños delante, junto a Padre y Madre sentados en dos sillas. Padre despidió con un gesto frío al fotógrafo y sin cambiarse de ropa le dijo a Madre:
—Voy a recoger las gafas de Antonio. Como Pepe no ha podido atenderme esta vez, he tenido que ir hasta la otra punta de la ciudad a arreglarlas. Tardaré un buen rato.
Al día siguiente desayunamos con nuestra foto en todos los periódicos sin la presencia de Padre, que había tenido que quedarse otra vez trabajando en el ayuntamiento. -
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